jueves, 5 de marzo de 2009

EN LA CALLE BUENAVISTA



Si no me conociese bastante bien empezaría a preocuparme esta medio obsesión que siento por las casas, o mejor dicho por hablar de ellas, yo siempre he pensado que solo se necesito una.
Las casas me interesan por lo que guardan , por lo que se ha vivido allí y casi siempre en pasado, en las que viví o en las que me gustaría haber vivido por algún motivo .
La casa de mis abuelos maternos, es una de ellas .
Esta casa de la calle Buenavista número15, esta grabada en mis recuerdos, pese a que hace muchos años que estuve en ella , y que ya no existe.

Hoy como si fuese la niña de ocho años que la visitaba, voy corriendo hacia ella.Calcetín blanco y zapatos de colegiala, trenzas negras y sus lazos blancos o rojos al gusto de mi madre.
Veo el color de la calle grisáceo o rojizo según la roca madre sobre la que se asentaba el pueblo, no conocieron estas calles ni cemento ni adoquín, giro el recodo del estrecho callejón, y la casa ,apresuro el paso y frente a mi la puerta pintada de no se que mezcla de tinte rojizo, que al pasar la mano por ella parece tierra .

La empujo suavemente y entro al patio rectangular, a mi derecha la leñera y al frente ,el rincón de plantas verdes de mi abuela ,colgadas en las paredes bajo una hiedra suave con flor blanca, velo de novia, creo que se llamaba.
Hoy yo soy la encargada de cuidar aquellas plantas, tras años y años de transplantes, imagino que son los brotes de aquellas primeras

Otra puerta a la derecha del patio y entro en el edificio,mis ojos van a parar a la mole de piedra redonda utilizada por mi abuelo para partir olivas y ponerlas en adobo. Al lado, el hueco de la escalera, lugar siempre fresco para poner el botijo y en verano los melones traídos de la huerta, nevera natural.
Un poco más al izquierda y en altillo al que se accedía por cuatro escalones ,una habitación que fue utilizada por mi madre en sus años de juventud.
Al otro lado la cuadra, morada en decadencia ocupada hasta donde alcanzan mis recuerdos, por un caballo y por una burra negra ,cargada de malas intenciones, fue la última inquilina .

Dos tramos de escaleras más y estoy en el verdoso y solitario comedor, al que daban dos habitaciones, una de ellas la de los abuelos ,una cortina preservaba su intimidad, un mundo tras ella, cómodas y camas de alturas inaccesibles y el tic-tac del reloj marcando las tranquilas horas del día tras cumplir su objetivo: ringgg a las siete de la mañana ,inicio del día.

Los Apóstoles en la última cena,un plato de céramica con escenas de la huerta de valencia y un cuadro con unas sonrientes falleras, componían la decoración del comedor ,sobre la mesa de madera oscura una jarra de cristal con unos tulipanes rojos y blancos de plástico ,hacían las veces de centro de mesa.

Tras dedicarles una sonrisa a tan insignes personajes,libro los 15 escalones que me separan de la querida abuela, era la dueña de la sala, la reina de la mañana, la pereza no hacía migas con ella. Frente a la ventana, ojo curioso que mira al Túria ,a la verde huerta, a la cercana montaña, una cascada de cabello negro es trenzado ,y después recogido en un moño, una onda enmarcaba su rostro y el olor a colonia fresca da por concluido su arreglo personal.

En la sala se vivía,el olor a comida se extendía por ella desde primeras horas de la mañana ,en el brasero de hierro colado lleno de carbones se hacia amorosamente la comida,a un lado el cacito con la malta reposada del desayuno con su colador de tela,nunca desayunar me supo tan bien.

En aquellos días había tiempo para mirar por la ventana, que llamábamos "cubierta", o mejor dicho descubierta, porque estaba todo el día abierta, se cerraba con una especie de madera que subía desde el suelo hasta arriba cerrándose con un pasador de madera
No recuerdo verla cerrada nunca, solo cuando anochecía , en invierno, este era el momento de encender el candil y el fuego. Las paredes se llenaban de sombras nuestras caras semidibujadas entre rojizas y amarillentas,brillos de vasos y jarritas colgadas en la pared, reflejos verdinosos de los cántaros ,componían nuestras noches de charlas, frente al fuego.
En la sala de mi abuela nunca hubo luz eléctrica, la modernidad se quedó en le segundo piso.

El reino de las sombras se extendía hasta la estancia contigua era , inquietante, la única luz provenía de un estrecho ventanuco…al lado siempre había una chaqueta vieja de hombre,oscura, colgada en un clavo en la pared ,creo que mi abuela sabía que me asustaba y nunca me dijo a quien pertenecía, era la caja fuerte de la casa , calderilla, monedas en deshuso, papeles, todo lo guardaba la buena mujer, bien sabía ella ,que no metería nunca yo la mano en aquel oscuro bolsillo.

El armario de olores, también se hallaba aquí,el pan, los restos de la comida,pescados, carnes , el chocolate de bollo de papel blanco y letras azules... todo había dejado su deliciosa impronta, acompañando una jarrita blanca de loza para meter los huevos. Lo mejor de la despensa, meter la mano y a tientas buscar en ella …

Oigo la voz de mi abuela llamándome,voy junto a ella a sentarme frente al fuego.

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