jueves, 14 de marzo de 2019

Un tiempo para marchar




Hubo un tiempo de éxodo ,de abandonar y marchar con la casa a cuestas en busca de otro lugar donde continuar viviendo.Siempre con la esperanza de que el cambio iba a ser mejor.
Un tiempo que mis padres y mis abuelos como otros muchos, enfrentaron con alegría, con ilusión, y también con nostalgia, porque no decirlo.

El abuelo, quizás el que menos, siempre decía, que allí, en el pueblo viejo, la vida era muy dura, él encaraba el futuro como un proyecto que iba a  mejor, bien es cierto que, le pilló esta historia, recién jubilado, fue más fácil.

La abuela, que durante muchos años repetía constantemente, que había que ahorrar para la casa nueva,que tal o cual cosa ya se haría en la casa nueva, pronto, demasiado pronto, empezó a olvidarse de las cosas, de la gente y nunca fue consciente de vivir en aquella casa nueva en la que tantas ilusiones había depositado.

Los padres, los míos y muchos otros  padres jóvenes, con sus hijos pequeños, fueron los que hicieron un cambio de vida total.
Abandonaron la Serranía, abandonaron Domeño y algunos como mi padre, también el oficio al que se dedicó desde niño.Ser pastor,era muy complicado en nuestro nuevo enclave.
Momento  de cambio, de búsqueda y adaptación .

Durante muchos años planeaba sobre el pueblo la sombra del pantano, se hablaba de marchar pero se resistían a hacerlo.
 Aquellas gentes estaban muy  apegadas a su pueblo.

Yo no se cual fue el "click" que puso en movimiento la partida, tenía diez años, solo recuerdo el rugir de las moto sierras talando los chopos de la riera del Túria, incesantemente.Durante días y días, aquellos árboles centenarios, que habían permanecido fuertemente enraizados, alzándose majestuosos hacia el cielo,caían uno tras otro.Aquellos árboles,tenían precio,se subastaron y comenzaron a ser talados .
Este hecho, marcaba en mis recueros, el inicio del final de la vida en el pueblo.

Otro momento crucial, fue el embalse de las tierras de la huerta cercana.
Las tiernas alfalfas que servían de alimento a los animales domésticos que se criaban en las casa, los centenarios algarrobos, que llenaban con sus frutos maduros los grandes serones en época de cosechas, los enormes naranjos que salpicaban los huertos repartiendo aromas y dulzor ya nunca más igualados por ningún otro fruto.
Todo quedo inerme bajo aquel agua estancanda.

 Desde las ventanas de las casas, los domeñeros y domeñeras, contemplaron aquel paisaje desolador ahogandose en sus propias lágrimas.
 Se que esto supuso un desagarro en sus corazones. El principio del fin acaba de mostrarse.
A partir de ese momento, empezaron a pensar en marchar  definitivamente de Domeño.

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