lunes, 19 de enero de 2015

El corral de Topero ,una vida de pastores

Me envía mi amigo Ferrán Zurriaga una foto del Corral Topero, una imagen rescatada para el recuerdo en uno de esos paseos que hace él por la Sierra Calderona de la que yo también he ido enamorándome poco a poco, y encomienda a mi imaginación literaria un texto para que la complemente o la acompañe. Poca tengo yo de esa ,pero aún atesoro, recuerdos de vivencias propias, soy hija de un pastor. Miro la foto, paredes y arcos que se mantienen en un agónico equilibrio, una mota rojiza en el verde de la sierra, que sale al encuentro del caminante. El corral de Topero es un mudo vigía, un testigo pétreo de un tiempo sembrado de agricultores, leñadores, ganaderos, que hacían senda en la sierra, al ir y venir sobre sus pasos en busca del sustento diario. Devorados por el tiempo y el olvido también están los otros,los corrales que conocí de pequeña, de la mano de mi padre en la Loma de Domeño. Hoy sin puerta alguna que resguarde su intimidad, se muestran descarnados, airean sus entresijos de madera y caña, de piedras descolocadas que llevan la impronta de balidos, esquilas, silbidos de pastor,los ladridos de los perros. Hoy silencio. Cerca de ellos una pequeña casa se sostiene tambaleante, decrépita, abandonada como todo. En su interior algunos enseres, abandonados por sus moradores, Marina y Teófilo, unas tazas en la alacena, y en un rincón, una desvencijada silla de aneas. Me gustaba entrar en aquella casa, pequeñita , como de muñecas, rodeada de corrales. En ella, unos ancianos que a mi se me antojaban muy diferentes de los que veía diariamente. Me sorprendía saber que abandonaron su casa del pueblo, para vivir arriba de la pequeña loma, alejados, eligiendo la soledad del día y la compañía de pastores, ovejas y ladridos de los perros por la noche. ¿Su edad?, imprecisa y difícil de dilucidar para una niña que por entonces tendría seis o siete años, pero iluminados por aquella luz amarillenta y mortecina que surgía del candil de aceite que los iluminaba y el fuego de la chimenea , me parecían muy mayores y con una apariencia algo fantasmal, por ello me hundía cada vez más en aquella silla de aneas que me ofrecían, mientras los escuchaba charlar con mi padre, ávidos de conversar con alguien. Más alejados estaban los corrales del Cubo, allí no había niña que acompañase de la mano al pastor. Un zurrón de piel de oveja que mi padre mismo se había cosido, cargaba pan y viandas para pasar una larga temporada, el perro a su lado lo acompañaba en las tres largas horas de camino. Era esto o hacer la trashumancia hacia las tierras de Cuenca, que también llegaría. Dureza , y soledad en esta época, solo atemperada por el tiempo que ha reafirmado lo poco de bueno que hubo ,el sabor inigualable de aquellas patatas con bacalao cocinadas a fuego en la sartén.,que todavía humean en la memoria de mi padre. Si el pastor, y su ganado iba hacía Castilla, los demás miembros de la familia también iban Así llegaron las primeras vacaciones. Los veranos en la aldea de Casas Nuevas ,en Salvacañete ,y con ello entrar de lleno en un mundo diferente, en la tierra de pastores, de siega ,de trillas. Los primos, los tíos, las ovejas al sestero, los esquiles, los esquiladores, el ruido aturdidor de las maquinas que cortaban la lana ,las manos hábiles de los esquiladores la lana recogida en vellones y lista para vender. Otras partidas, nombres que me vienen a la cabeza,;la Boquilla, Tormeda, Santerón, el Cuarto, La Hoya del Peral...lugares que recorría mi padre con su ganado. Los animales unas noches se encerraban en los corrales ,otras al raso, poniendo en jaque la habilidad del pastor para saber que dirección habrían cogido las ovejas, si les daba por moverse e ir a encontrarse con ellas al amanecer. Hoy estas construcciones, los corrales, en su mayoría abandonados ,apenas captan la atención de aquellos que las encuentran cuando salen a recorrer la montaña, sin embargo ,siguen ahí, con sus postreros equilibrios antes del derrumbe final, para recordarnos un estilo de vida, casi en extinción, para hablarnos de ovejas, perros guardianes, pastores. Cuando una mañana soleada vislumbramos el corral de Topero, nos habla de toda esa vida y costumbres y a través del viento, nos susurra,que muchas generaciones antes que nosotros, vivieron en la sierra y de la sierra y en completa armonía con ella.

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